La sombra de Abada
Moira
Jordan Berástegui-Sampedro
Oscuridad
y olor a cúrcuma es el contexto en el que envuelven los pasillos de la
Tabacalera, donde se presenta la exposición de fotografía del artista Manuel
Vilariño “Seda de Caballo”
En
el espacio “promoción del arte” de la Tabacalera se presenta la colección de
fotografías del artista Manuel Vilariño, el cual recibió en el año 2007 el premio
Nacional de Fotografía. En su obras
encontramos poesía e instalación audiovisual, series fotográficas realizadas desde 1998
hasta el presente.
La
exposición se podría dividir desde varios puntos de vista y según el contenido
de sus salas, como por ejemplo en animales, paisaje y naturaleza muerta. El
primer impacto que recibe el público es el de una serie de fotografías en
blanco y negro de grandes dimensiones, donde se muestras pájaros de varios
tipos. Pájaros con una mirada fija en el espectador que provoca un en él un
sentimiento de nostalgia y tristeza, al descubrir que estos se encuentran
muertos. Es aquí donde se empieza a tomar conciencia sobre los animales
fotografiados, y la temática del programa fotográfico de Manuel Vilariño. Esta
toma de contacto y conciencia sobre la temática de los animales se incrementa
con la segunda obra que encontramos en la exposición “Paraíso fragmentado”, en el cual la marca de la muerte es mayor.
Con las mismas características que en la anterior obra, ahora el autor ya si
utiliza el cromatismo en sus imágenes. En esta obra aparecen una serie de
cadáveres de animales enredados con hilos simulando escapar. Esta serie
fotográfica crea una des concertación en el espectador, ya que a primera vista
las fotografías muestran una agradable composición de figuras y de colores, que
se acentúa en algunas fotografías con el amarillo, el rojo y el color azulado
de algunos de los pájaros, pero observando la obra en profundidad, las imágenes que aparecen son desagradables y
dramáticas a la vez que vivas por su composición e intensidad, es en este
momento donde se toma conciencia de la muerte y de la soledad: cada animal
aparece individualizado en su nido y lecho de muerte.
La
soledad queda proyectada en cada rincón de la exposición. A esta peculiaridad
también ayuda el lugar, frio e inhóspito, pero a la vez acogedor, ya que nos
embauca por sus pasillos a recorrer cada escondrijo con atención y total lujo
de detalles.
A
la soledad ya mencionada se le añade la serenidad cuando se contempla las
imágenes de paisajes y acantilados, de los cuales habría que destacar la
textura propia que presenta el mar en algunas de estas imágenes, casi palpables
con las manos.
Estas
marcan el camino de lo lejano y la lejanía de uno mismo ante las cosas, un
camino abandonado donde cualquier ser la humanidad ha dejado su huella, una
pequeña huella.
Llegando
al fin de este recorrido nos encontramos con la serie de las calaveras y las
velas, las cuales simbolizan la muerte y el recuerdo de ella “momento mori”,
recordando al cuadro de Hans Holbein “Los embajadores” del siglo XVI, entre
otros muchos cuadros de la historia donde aparece esta temática.
El
sueño, el deseo, el espacio, el tiempo y por último la muerte, es el camino que
traza esta exposición, no pudiendo haber sido tan característica si no fuera
por su emplazamiento, por el olor que discurre por los pasillos de la misma, y
que te deja cuando te marchas. A esto, he de añadir que visualmente las
composiciones de Manuel Vilariño son de gran gusto y agrado a la vista, pero
hay que destacar el displacer que crean los animales abiertos, cosidos y con
alambres en su interior.