jueves, 26 de septiembre de 2013

La sombra de Abada

La sombra de Abada
Moira Jordan Berástegui-Sampedro

Oscuridad y olor a cúrcuma es el contexto en el que envuelven los pasillos de la Tabacalera, donde se presenta la exposición de fotografía del artista Manuel Vilariño  “Seda de Caballo”
En el espacio “promoción del arte” de la Tabacalera se presenta la colección de fotografías del artista Manuel Vilariño, el cual recibió en el año 2007 el premio Nacional de Fotografía.  En su obras encontramos poesía e instalación audiovisual,  series fotográficas realizadas desde 1998 hasta el presente.
La exposición se podría dividir desde varios puntos de vista y según el contenido de sus salas, como por ejemplo en animales, paisaje y naturaleza muerta. El primer impacto que recibe el público es el de una serie de fotografías en blanco y negro de grandes dimensiones, donde se muestras pájaros de varios tipos. Pájaros con una mirada fija en el espectador que provoca un en él un sentimiento de nostalgia y tristeza, al descubrir que estos se encuentran muertos. Es aquí donde se empieza a tomar conciencia sobre los animales fotografiados, y la temática del programa fotográfico de Manuel Vilariño. Esta toma de contacto y conciencia sobre la temática de los animales se incrementa con la segunda obra que encontramos en la exposición “Paraíso fragmentado”,  en el cual la marca de la muerte es mayor. Con las mismas características que en la anterior obra, ahora el autor ya si utiliza el cromatismo en sus imágenes. En esta obra aparecen una serie de cadáveres de animales enredados con hilos simulando escapar. Esta serie fotográfica crea una des concertación en el espectador, ya que a primera vista las fotografías muestran una agradable composición de figuras y de colores, que se acentúa en algunas fotografías con el amarillo, el rojo y el color azulado de algunos de los pájaros, pero observando la obra en profundidad,  las imágenes que aparecen son desagradables y dramáticas a la vez que vivas por su composición e intensidad, es en este momento donde se toma conciencia de la muerte y de la soledad: cada animal aparece individualizado en su nido y lecho de muerte.
La soledad queda proyectada en cada rincón de la exposición. A esta peculiaridad también ayuda el lugar, frio e inhóspito, pero a la vez acogedor, ya que nos embauca por sus pasillos a recorrer cada escondrijo con atención y total lujo de detalles.
A la soledad ya mencionada se le añade la serenidad cuando se contempla las imágenes de paisajes y acantilados, de los cuales habría que destacar la textura propia que presenta el mar en algunas de estas imágenes, casi palpables con las manos.
Estas marcan el camino de lo lejano y la lejanía de uno mismo ante las cosas, un camino abandonado donde cualquier ser la humanidad ha dejado su huella, una pequeña huella.
Llegando al fin de este recorrido nos encontramos con la serie de las calaveras y las velas, las cuales simbolizan la muerte y el recuerdo de ella “momento mori”, recordando al cuadro de Hans Holbein “Los embajadores” del siglo XVI, entre otros muchos cuadros de la historia donde aparece esta temática.

El sueño, el deseo, el espacio, el tiempo y por último la muerte, es el camino que traza esta exposición, no pudiendo haber sido tan característica si no fuera por su emplazamiento, por el olor que discurre por los pasillos de la misma, y que te deja cuando te marchas. A esto, he de añadir que visualmente las composiciones de Manuel Vilariño son de gran gusto y agrado a la vista, pero hay que destacar el displacer que crean los animales abiertos, cosidos y con alambres en su interior.

"Seda de Caballo o: Como aprendí a dejar de preocuparme y contemplar la muerte"

"Seda de Caballo o: Como aprendí a dejar de preocuparme y contemplar la muerte"
Alessio Altieri

"Todo mi trabajo es un proyecto spiritual... Es sobre todos un trabajo de escucha y de saber esperar".
"Seda de caballo" é innanzitutto questo: un viaggio spirituale nel quale bisogna saper ascoltare (il canto di balena nella sala della Curcuma) e aspettare (il colore, che arriverà dopo aver attraversato il bianco e nero).
Nel primo nucleo di foto in bianco e nero si scopre il primo dei due tòpoi artistici che caratterizzano l'opera di Vilariño: quello animale. Le bestie fotografate su sfondo neutro sono tutte uccelli, gli esseri capaci di realizzare il più comune dei sogni umani: volare. Eppure nessuno dei volatili è colto in fase di volo, e anzi sembrano tutti pietrificati (con il gufo come massimo esempio). "La mirada de la fotografía petrifica, es la mirada de la Gorgona" ha dichiarato il poeta-fotografo (nell'esposizione sono presenti anche delle sue poesie) e i suoi soggetti non sembrano sottrarsi a questa legge, rimanendo anzi come ancorati alla terra, alla vita, e quindi, alla morte.
"Hay un pensamiento central en todo mi ópera que es la muerte. Hay múltiplos vidas y múltiples muertes". Ed è nel secondo "blocco" fotografico che al topos animale si aggiunge quello più trasversale, sentito, tormentato e ricorrente dell'artista: la morte. Qui sono particolarmente evidenti le "múltiplos vidas" e le "múltiples muertes", con differenti forme di vita, ancora una volta animali, minacciate da diversi pericoli di morte causati dall'intervento dell'uomo, che non viene rappresentato direttamente, ma attraverso il frutto delle proprie creazioni: degli attrezzi. In tutte le immagini la presenza dell'uomo, o meglio la trasposizione di esso, é mortifera, o potenzialmente mortifera per gli animali. Un martello vicino al collo di un cigno, delle forbici alla coda di una lucertola e punte di forcone ad un serpente sono solo alcune della immagini che Vilariño immortala anche per comunicare il suo difficile rapporto con l'uomo, con le masse. Difficoltà che l'ha spinto a  stabilirsi tra la natura, in una condizione di parziale isolamento e di totale ricerca e contemplazione, elemento fondamentale della sua arte. "In muchas partes de mi obra yo tengo una mirada CONTEMPLATIVA". E l'ultima sala dell'esposizione é un'esaltazione di questo metodo contemplativo. In essa sono contrapposti due tipi di paesaggi: marino e montano. In entrambi gli scenari si avverte una potente melanconia, dettata soprattutto dalla prematura scomparsa della moglie, evento che ha segnato sostanzialmente Vilariño e che forse l'ha avvicinato maggiormente a quel quietismo spagnolo a cui lui stesso ha detto di rifarsi. E il video presente nell'ultima sala sembra il manifesto di un precetto che Miguel De Molinos, fondatore della dottrina, ha indicato per raggiungere "l'unione mistica": la sospensione della parola. Nel video, infatti, Vilariño non parla, lasciandolo fare ai suoi gesti: piantando un albero o osservando il volo di un uccello.

Ma la tendenza alla ricerca di un Assoluto la si trova facendo un passa indietro, nel "nucleo del colore". In esso é presente una delle opere più espressive e potenti di Vilariño, "Paraíso Fragmentado", nel quale corpi di animali morti giacciono come sepolti in un cumulo di spezie. Molte delle carcasse sono avvolte in un filo rosso e un uccello porta al collo un medaglione con evidenti rimandi al classico rito di sepoltura cristiano. Opere come "Cruz de luiz partida" poi, hanno richiami ancor più palesemente cristiani, con l'elemento della croce presente in dimensioni macroscopiche. Tutto ciò, unito alle nature morte presenti nell'esposizione, fanno di "Seda de caballo" un incontro diretto e intimo tra lo spettatore e la morte, o meglio al presagio della morte. L'effetto che se ne ricava però non è paura, ma contemplazione, contemplazione e quasi riverenza nei confronti della morte, e quindi, della vita.

Cuando la llama se apaga, poco o nada queda

Elisa Jiménez Corcobado

  Inevitablemente, la vela, tarde o temprano, acaba consumiéndose. A lo largo de nuestra vida, nos vemos obligados a enfrentarnos al vacío, al silencio y la oscuridad impenetrables que nos deja una vela cuando se consume. Entonces, es ahí, justo en ese preciso momento, cuando nos damos cuenta de que, cuando la llama se apaga, poco o nada queda, y que, por mucho que queramos aferrarnos al recuerdo, lo que era ya no es ni volverá a ser. Y es precisamente, en Ruinas al despertar, donde a través del poema, Manuel Vilariño, autor de las obras de esta exposición, refleja ese dolor y vacío que le causan la muerte de su mujer. Pero no solo en Ruinas al despertar, en realidad, toda la exposición, Seda de Caballo, que se está presentando estos días en la Tabacalera, está muy marcada por la ausencia de la mujer de Vilariño.

  En primer lugar, nada más adentrarnos en el patio central de esta antigua fábrica de tabacos, lo que más puede llamar la atención es que una montaña de cúrcuma, con un intenso olor y color, nos dé la bienvenida a una exposición de fotografía cuya temática poco tiene que ver con la cocina india. Pero no solo la presencia de la cúrcuma, una especie de tablero de ajedrez proyectado al fondo de la oscura sala junto con un ensordecedor ruido de fondo, un canto de ballenas y una mujer recitando un poema, también puede resultar chocante o carecer de sentido en un primer momento. Pero más tarde, si uno se documenta, puede llegar a hilar conceptos y a entender que todo tiene un sentido y un trasfondo un tanto poético. Al parecer, la cúrcuma es una planta herbácea que puede ser buena para tratar el cáncer, y puede que ésta se colocase al principio de la exposición en honor a su mujer. Además, el tablero de ajedrez, correspondería con una tabla Bwa con cuadrados y calaveras (esto último muy presente a lo largo de las obras que se muestran en la exposición).

  Si seguimos avanzando, llegamos a una segunda sala en la que nos encontramos con una serie llamada Pájaros (1981-1989), con fotografías de tamaño grande en blanco y negro, y que parece centrar la idea de la relación existente entre nosotros y el animal. ¿Cómo nos mira el animal? ¿Cómo le miramos nosotros? Parece existir un temor a mirar al animal, ya que dicen que no hay nada más triste que mirarle con melancolía y vernos reflejados en su mirada.

  Cabezas/sueños, sería otra de las obras que aparecería ante nosotros. Esta serie representa las imágenes de unas calaveras que parecen evocar a la idea de que tras la muerte nos convertimos en nada.

  Vilariño, además, como gran maestro de la naturaleza muerta, muestra una serie de bodegones en los que aparecen elementos como frutas, pájaros ahorcados o velas. Éstas últimas, evocando a la idea de esa vela que se apaga como final de nuestra vida, de la que me he hecho eco al principio del texto.

  Además de todas estas obras, Seda de Caballo, cuenta con una obra crucial, que ocupa el centro de la exposición: Paraíso fragmentado, una sola pieza en la que aparecen una serie de animales sobre unos nidos de especias, que nos hablan de Oriente. Esta obra, es como un excitante visual, que apela a la resurrección de los animales.

  Antes de llegar a la última sala, nos encontramos de frente con una gran bola de Seda de Caballo , obra que da nombre a la exposición, y que además se encuentra junto a uno de los poemas más destacados de Manuel Vilariño, Círculos sombríos. Aquí, se deja entrever la relación tan fuerte existente entre los poemas y la fotografía de este artista, los poemas parecen dar la clave de todas esas fotografías que se muestran.

  Finalmente, en la última sala, que corresponde al último ciclo de Vilariño (desde la muerte de su mujer), aparece el paisajismo. Todos ellos son paisajes que transmiten la idea de lejano interior, de melancolía., de soledad y silencio. Además en esta última sala, también se proyecta un video en el que aparece Manuel Vilariño, y que es una buena forma de acercar al espectador al propio artista.

  En definitiva, Seda de Caballo, es una obra contemplativa, silenciosa, en la que podemos ver cómo Manuel Vilariño, plasma su mirada cazadora y su labor de devoción en una obra monumental como es la fotografía, sin seguir ningún patrón, innovando, saliéndose de los esquemas y lo común, de lo de siempre, ya que el arte no es solo lo que ves sino lo que eres capaz de introducir.

Vivo retrato de la naturaleza muerta

ALICIA LEAL – DÍA 26/09/2013

De pequeña, me enseñaron que la muerte era tenebrosa y para nada bella. Sin embargo, hay personas que miran con otros ojos “la otra vida” e incluso tienen la osadía de crear poesía con ella.  No es difícil que a Manuel Vilariño le resulte cómoda la idea de convivir con figuras retrospectivas ya que él mismo se rodeaba de estas figuras tétricas pero a la vez extrañamente curiosas. Existe una combinación perfecta entre el lugar elegido (antigua fábrica de tabacos de Madrid) para la exposición y donde está ubicada el conjunto de obras exhibidas. El carácter descuidado del edificio hace que esté en sintonía y que provoque el efecto deseado por el autor. La Seda de Caballo se compone por un centenar de fotografías en las que Vilariño transmite a través de una de sus obras (esfera de cedro) la relación entre lo salvaje y lo desconocido. Durante el recorrido por las diferentes salas minimalistas no es difícil descubrir dos elementos que son claves, y una reflexión final en la que uno mismo como individuo ajeno a su mundo ve a través de los ojos del maestro. El primer elemento es directo, nos habla de la muerte utilizando para ello, animales “petrificados” que llaman la atención porque son reales y en el fondo transmiten melancolía y tristeza ante esta idea que no es otra que la muerte reflejada en sus ojos. (Reafirma la estética de los oscuro, aquello que hace a una persona girarse y pensar sobre ello). El segundo elemento es indirecto, de forma subjetiva el artista a través de objetos tan simples como una vela consigue relacionarlo con esta misma idea de muerte: la vela se extingue y la vida también. Como un escarabajo quiere escalar a la cima o como el hecho tan obvio de unas calaveras que aprecian como se consume uno mismo.                                                       


El Despertar 1, 2001 Manuel Vilariño
Manuel Vilariño (A Coruña, 1952) fotógrafo y poeta, imposible separar ambas facetas aunque en su comienzo sí que las interpretaba de manera marginal. Es interesante observar como también mezcla la idea pictórica de naturaleza muerta mostrada a través de una fotografía y convertida a su vez en poesía para la vista sin necesidad de palabras. Un espacio en la que la viva calma nos contempla y es reflejada de manera directa por un haz de luz que alumbra mis pensamientos y que me lleva a un mar de incertidumbre pero de un gran conocimiento. Es posible que consiga transportar -y transporta- al sujeto a un hueco de su desordenado pensamiento y sólo entonces comprender de una manera totalmente subjetiva la dicha del artista sin otra pretensión que mirar con sus ojos. Tan increíble es la acomodada sensación de una persona que rehúye de la misma idea de muerte, y que sin embargo, otra juegue con su significado pareciendo ser un dios que maneja los hilos del pensamiento ajeno. Remitiéndome a Platón y su mito de la Caverna, los hombres y mujeres no tenemos más que una venda que nos impide seguir conociendo a fondo la idea de muerte y por lo tanto nos aleja como las olas que son arrastradas por la fuerza de un mar seguro y protector donde uno mismo se encuentra a salvo de lo extraño, y de un infundado peligro. Citando sin misterio a Duchamp “contra toda opinión, no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros” al final la interpretación de uno mismo lucha por sobreponerse a la idea que desinteresadamente el autor quiere ofrecernos. 

Un cuchillo en el corazón


Manuel Vilariño, Seda de Caballo.
Tabacalera. Espacio promoción del arte.
Por Celia Caballero Díaz


Lo desconocido embriaga al ser sediento por sensaciones nuevas. La necesidad por liberar las emociones de la celda llamada monotonía se convierte en el único escape posible a la extinción del virtuosismo. Dentro de aquella impetuosidad me encontraba encerrada, inspiré, rompiendo con la serenidad del aire, para percibir el aroma del exotismo. La cúrcuma penetraba por mis pulmones a la vez que despertaba en mí la excitación de la incertidumbre. Al abrir los ojos, la gran montaña de especia india iluminada por un único foco lateral continuaba en su sitio, armoniosa y solemnemente. Había decidido presentarme cual lienzo en blanco en el estudio de un pintor dispuesta a embarcarme en un recorrido cuyo fin desconocía. Levanté la vista y mis ojos se toparon con la proyección de la Tabla Bwa, utilizada en ceremonias ancestrales africanas como alegoría de la vida y la muerte. Las impresiones se mezclaban en mi mente y mi ya intensa incertidumbre se magnificó al escuchar el fragmento de un poema de T. S. Eliot: These fragments I have shored against my ruins. Estaba a punto de sumergirme en el mundo de la poesía y fotografía de Manuel Vilariño, “un todo indivisible” según sus propias palabras, donde su relación con el animal es el eje central.

Me adentré por los pasillos de la antigua fábrica de tabaco, los cuales narraban su historia mediante las heridas intactas del paso del tiempo y el hombre en sus paredes, dotándoles de una personalidad única. El blanco y negro dio comienzo al ritual con la naturaleza, la mirada de las aves en el primer políptico, Los pájaros, impulsaba a detenerse y, como si del mismísimo mito de la Gorgona se tratase, su intensidad me petrificó. Bajo sus ojos desprovistos de vida subyacía la idea de melancolía pareja al abismal fondo de las fotografías en un neutro blanco.

El color, excitante visual, apareció ante mí con Paraíso fragmentado. La religiosidad que desprendían los animales yacentes en un lecho de especias me condujo a reflexionar acerca de la sensibilidad de Vilariño con su entorno, muy alejada de la morbosidad con lo muerto. Al final del pasillo, y como si de algún tipo de revelación se tratase, estaba situada Cruz de luz borrada con el rojo sangre del pimentón.

Llegó el momento del desconcierto, una gran esfera situada en el centro de la exposición daba título a la misma, Seda de Caballo. Aquella escultura recubierta por crines del caballo me llevó a imaginar lo salvaje y virginal, recordé las celebraciones de la Rapa das Bestas en la Galicia natal del artista. Busqué la conexión con los poemas proyectados en la pared pertenecientes a su libro Ruinas al despertar y encontré de nuevo un gran sentimiento de melancolía. La alusión al mundo rural en ambas piezas, junto con el recuerdo en sus versos de su mujer fallecida creaban una mística intensidad poética difícil de igualar.

Más allá, en la sala La capilla me sobrecogió el conjunto de vanitas presentadas como la descomposición del tiempo con las llamas de las velas representando la vida o los frutos como las granadas y su penetrante color. Memento mori parecían decirme, recuerda que vas a morir. Con esta premonición, continué hacia unos paisajes límites, océanos y montañas, enfrentados, y que a pesar de su escarpado paisaje incitaban al sosiego de la escucha.

Salí a la luminosidad del día con las imágenes borrosas de Abada y Búho, símbolo de que el arte va mas allá de lo claro, hacia las posibles metamorfosis de las sombras. Y sentí, como sin haberme dado cuenta, poco a poco, un cuchillo había ido penetrando en mi pecho.


“UNA MIRADA AL ABISMO” EXPOSICIÓN MANUEL VILARIÑO

María González W.

La exposición que se nos presenta en lo que era la antigua tabacalera, hoy en día sala de exposiciones conocida como Tabacalera Espacio promoción del arte, corresponde a Manuel Vilariño, poeta y fotógrafo gallego, tiene como título “Seda de caballo” y está comisariada por Fernando Castro Flórez.

En esta exposición Vilariño nos quiere hacer un resumen de lo que ha significado su vida desde 1981 hasta hoy. Se recoge toda la trayectoria de este artista orgulloso y ferviente defensor de su tierra gallega, que ganó el premio Nacional de fotografía en 2007. Manuel Vilariño estudió biología, pero acabó encaminando su carrera profesional a lo que más le apasionaba: la fotografía y la poesía.

Con su pasado y también el hoy presente, Vilariño quiere adentrar al espectador en ese territorio que ha vivido, ha creado y ha hecho suyo a través de las diferentes temáticas que nos plantea. Una mezcla de imágenes, sonidos y poesía que se relacionan entre sí.

La exposición está basada en cuatro núcleos:

 -          “Serie de los pájaros”: políptico en el que Vilariño destaca la mirada de las aves. Con ello, quiere relacionarlas con el hombre, con lo que nosotros o ellos podríamos estar pensando, para así sentirnos identificados ya sea a través de la melancolía, la tristeza, o la admiración. Claro ejemplo de ello lo podemos ver también a través de la mirada de un perro.

-          “Cabezas/Sueños”: vemos las imágenes de unos cráneos. Estos están vinculados al final de la mirada del ser humano, a la muerte. Representan la visión de que nos acabamos convirtiendo en nada.

-          “El bestiario”, conocido como catálogo de los animales. En él, Vilariño ha querido relacionar a los animales con las herramientas, de manera que los primeros representan lo vivo y las segundas lo inerte.

-          “Ruinas al despertar”, título del libro de poemas que escribió en gallego. Esos versos aparecerán en sus obras fotográficas y son lo que le inspirarán para llevarlo a su realidad.

Por otro lado, este artista ha querido destacar las piezas en color en una composición que toma como nombre “Paraíso fragmentado”. En esta obra se observa a las aves yacientes sobre un lecho de especias como la cúrcuma, cacao, o pimentón que hace que resalten en el color y sea una excitación visual para el que contempla estas fragmentaciones.

En esta serie, Vilariño hace alusión a elementos religiosos como a la resurrección o a los escapularios, representados a través de las cintas rojas que rodean a las aves. Estos animales fueron encontrados muertos por el artista y de ahí los convirtió en elementos escultóricos. En el transcurso de esta exposición podemos ver también como hace alusión a la tierra extremeña. Eso lo podemos ver en el color del pimentón, rojo en forma de cruz, figura que también alude a lo que podríamos considerar los cuatro puntos cardinales o ejes del mundo, a la cruz cristiana o a la cruz de la encrucijada.

Asimismo, también alude a la rapa de las bestias en Galicia poniendo una bola gigantesca de pelo de caballo junto a la proyección de uno de sus poemas. De ahí, es de  donde coge el nombre para esta exposición “Seda de caballo”. Otra creación del artista son los bodegones. La mezcla de elementos sencillos con otros elementos hace que se transforme la obra en algo más complejo y digno de estudio. No en vano, la mayoría de sus críticos destacan de Vilariño su maestría a la hora de representar estas naturalezas muertas. Estos elementos los combina entre sí formando composiciones diversas, como pueda ser: una vela con un escarabajo, una vela con una granada, una vela con un cráneo... La presencia de la granada en esta serie nos podría estar hablando del corazón. La vela representa a la muerte. La obra de la vela con la granada podría estar representando a la vida y muerte.

En las últimas salas, Vilariño se basa tanto en los paisajes como en la mar para demostrarnos qué es para él el arte: los viajes que hizo a Islandia, el recuerdo de su mujer, o los países lejanos. Las primeras fotografías nos muestran un paisaje montañoso y nublado que podría representar a la tristeza sufrida por la pérdida de ese ser querido o podríamos pensar incluso que las fotos son sacadas de una secuencia cinematográfica. Junto con estas magnificas fotografías, y para concluir dicha exposición, se proyecta también un vídeo del artista en donde Vilariño quería que le vieran en su faceta más sencilla del día a día plantando un acebo. También aparece la imagen de la aurora en una de las playas de Galicia, y el artista dando largos paseos por esa playa.

Vilariño con esta exposición lo que nos quiere transmitir es que en realidad el hombre es un ser efímero y marcado por la muerte, así como la relación que existe en la naturaleza entre los seres vivos y lo inerte y silencioso. El tema protagonista en toda su obra es la muerte. Posiblemente Vilariño la hace muy presente en toda su obra aludiendo a su mujer ya fallecida.


 


 

 

TUMBAS DE COLORES



TUMBAS DE COLORES
Por Marcia Vargas

Como punto de partida un montículo de cúrcuma natural de la India con virtud en la medicina ayurvédica y beneficiosa para distintas enfermedades como el cáncer de estómago. Al fondo la tabla africana bwa, enfocada en plena oscuridad, representando esa ruta a la muerte. Estos dos elementos se conjuntan con cantos de ballenas y un poema del norteamericano Ezra Pound, muy querido por Vilariño. Observo entonces un contraste simbólico entre la cúrcuma, un alimento reconocido como medicina, un método de posible salvación, un temporal alargamiento de la vida hasta ese final inevitable, y la tabla bwa personificando la muerte como un juego que intermedia entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Manuel Vilariño nos hace saborear lo que vamos a ir viendo a lo largo de nuestro avance por la Tabacalera, terminando con su intento de hacernos llegar a sus poesías mediante sus fotografías. Conforme se va realizando el recorrido vamos viendo el blanco y negro y el color que conviven en toda la muestra aunque el descolorido alcanza mayor protagonismo. Podría ser un contraste entre alegría y tristeza. Las especias coloridas reflejarían una posible esperanza, aportando una pizca de alegría y ese blanco y negro que recuerda a las primeras fotografías, el negro relacionado con la muerte y siendo el blanco símbolo de fe y pureza.

Esta muy presente la naturaleza muerta, el mismo admite su obsesión hacia ella. Sus bodegones presentan composiciones clásicas, la granada abierta que representa el corazón del inframundo y las velas que dan ese carácter espiritual, las cuales con sólo una gota de fuego y luz, nos trasladan a todo lo que su magia y encanto encierran. Presto atención a los pájaros con esa mirada fija y petrificante, que parece observarnos desde el más allá, esto a la vez hace que el espectador se involucre con la obra. Esa mirada haciendo alusión al mito de las gorgonas que producen terror en tu interior desarrollando inquietud. Los animales marinos, serpientes, aves y otros están colocados junto a elementos de nuestra vida cotidiana, comunicándonos un mensaje de que lo creado por el hombre esta inspirado en la propia naturaleza. Me viene a la cabeza todo el tiempo que pudo llevarle a elaborar paraíso fragmentado este trabajo articulado sobre un espacio en blanco, una analogía al pintor que empieza a dar sus primeras pinceladas sobre un lienzo. Percibo un cierto agrado estético y a la vez siento pavor al ver esos cadáveres de animales, algunos atados como no pudiendo escapar de su triste final. Y es que tal vez sea la última parada del viaje de todos los seres vivos que dependemos del cosmos. Para este artista y poeta el paisaje natural es un misterio, lo que hace plantearse interrogantes sobre la desaparición, preguntas retóricas que no conocen respuestas. Los paisajes lejanos que vemos son anteriores a la aurora así vamos formando parte de él como si estuviéramos presentes por lo que al observarlo da esa esa sensación de acercarse a montañas y océanos, y a lo desconocido y lo salvaje.

El artista parece querer poner sus ojos sobre los nuestros y que vaguemos por su mente para así comprender su particular visión de los animales, de los paisajes, de las naturalezas muertas y finalmente a visiones significativas como la dimensión de la melancolía y la presencia sombría de la muerte. Intenta por tanto mezclarse con la naturaleza, quiere disfrutarla como a la vez sufrir con ella en la soledad. Esa naturaleza de la que casi nos hemos alejado siguiendo el camino del asfalto, olvidándonos de lo esencial y de nuestro talante natural.

LLAMADA DE ATENCIÓN DESESPERADA

Crítica de la exposición de Manuel Vilariño por Fátima M. Marín Núñez


   El ser humano, por defecto, necesita de un alguien que complete su psiqué. Salvador Dalí tenía a Gala, Allen Ginsberg tenía a Peter Orlovsky, incluso una mente perturbada como la de Adolf Hitler precisaba de Eva Braun. Manuel Vilariño no iba a ser menos. Es un hecho que la muerte de su mujer le ha marcado profundamente y ha precipitado la disposición de sus obras en su última exposición, Seda de caballo, como un grito en la nada, un recuerdo del material con del que estaba hecha la cama que compartió durante tantos años con ella, y su vida, ambas ahora vacías.
   La primera señal la encontramos en el propio emplazamiento donde tiene lugar la exposición de arte: una tabacalera en ruinas, perfecta metáfora de su alma rota. Al introducirnos en el mundo de Vilariño, nos recibe una montaña de cúrcuma, homenaje a la India y sus viajes por Oriente. A esta escena le acompaña el llanto de una ballena, espíritu libre atrapado en una grabación en constante repetición y sin final.
   La exposición se divide en varias obras, rincones de la mente del artista. Así, una de ellas, llamada Los Pájaros, reúne una serie de fotografías de aves disecadas cuyos ojos inertes miran directamente al espectador, reminiscencia de la gorgona petrificante, presentimiento fatal y hermoso. Otra obra, titulada Cabezas o Sueños, rebosa melancolía, la realidad de que somos nada y nos convertimos en nada, por eso elige las calaveras, representando el final de la mirada humana asociada a la multitud del mundo.
   Vilariño nos permite contemplar una pieza que muestra una secuencia de animales muertos junto a instrumentos del propio artista que él ya no utilizaba. Así, y con su peculiar manera de ver el mundo, nos hace comprender que nada es eterno, todo tiene fin, no somos nada, idea ya reiterada. Nos enseña que incluso los objetos, que siempre han sido inertes, estos instrumentos que no usa, son desechados y apartados, que lo viejo de este mundo no tiene validez.
   Y es aquí, en este momento, cuando llegamos a una de las obras cumbre y más representativas del arte de Vilariño: Paraíso Fragmentado, un panel de fotografías rebosante de color que contrasta con ese mundo blanco y negro que hemos recorrido hasta llegar a este lugar. La obra representa diferentes especies de aves, a excepción de una serpiente situada en el centro de la misma, yaciendo todas ellas sobre lechos de especias de color, recordando nuevamente los viajes por Oriente del fotógrafo, su exótico sabor. Esta llamarada de color hace recobrar la esperanza por una vida vacía, en fotografías editadas cargadas de referencias religiosas presentes en las cuerdas rojas que abrazan a los animales.
   Otro elemento importante de la obra de Vilariño son sus poemas, de carácter melancólico y nostálgico, un nuevo modo de expresar sus heridas como una llamada de socorro, algunas de ellas dedicadas a su compañera. Así, a lo la exposición, se presentan estos poemas de manera intermitente, guiando al espectador hacia el alma de Vilariño.
   Es preciso hablar, además, de sus paisajismos, fotografías captadas desde playas de Galicia que miran al mar, dando la espalda al mundo industrial, como un deseo de desaparecer de esa sociedad artificial para fundirse nuevamente con la naturaleza, aislado de un mundo enfermo y agonizante, opción que ha escogido el propio artista al trasladarse a vivir a la intimidad de la nada de un bosque perdido.
   En resumen, la obra de Vilariño refleja el alma de alguien que quiere, necesita, ser salvado. Y ha encontrado a su mesías en el arte.

Plumas y colores chillones sin ser el Can-Can


Andrea Ferruz


El pasado martes diecisiete de este mes, asistí a la exposición, de Manuel Vilariño, “Seda de caballo” en la Tabacalera. Manuel Vilariño estudio biología pero se dedica a la poesía, uno de sus libros mas conocidos es “Ruinas al despertar”, y a la fotografía, premio Nacional de fotografía en el año 2007. Vilariño es reconocido actualmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes.

Una vez que nos adentremos dentro de la exposición deberemos poner los cinco sentidos para no quedarnos sólo en lo meramente visible, y poder llegar al mensaje final, pues Vilariño no se limita a captar con su cámara sólo paisajes, retratos o naturalezas muertas, sino que se adentra mucho mas en las cosas mismas, se adentra en la herida de la incomprensión de la muerte, del dolor que nos produce cuando alguien querido muere y el recuerdo que este nos deja. En este caso la muerte que marca al artista y por lo tanto a sus obras, es la de su mujer.
Así pues veremos a lo largo de todas sus obras sus filias, con los paisajes de su tierra, la bola de pelo de caballo, y las fotografías de Finlandia, y sus fobias con las  fotografías de aves, “bestiario”, la pieza clave “Paraíso fragmentado” y los bodegones.

En todas las obras el artista gallego nos deja perplejos con esa dramatización que le da a los animales muertos, objetos, y cuerpos inertes a través de las texturas, el juego de colores tan peculiar que realiza en todas las fotografías, pero especialmente en la composición “Paraíso natural”. Ese contraste de colores que realiza con los animales muertos con un color apagado, grisáceo, y tenue y el contraste con los túmulos realizados con especias como la pimienta, la cúrcuma, el azafrán, el cacao, o el clavo que poseen esos colores tan vivos.

Otra de las cuestiones importantes a las que deberemos estar bien atentos es la cantidad de simbolismos y conexiones que tienen cada una de las fotografías y todas entre si. Desde el momento cero, en el que nos encontramos de frente con las primeras fotografías donde nos reciben doce retratos de aves que es inevitable mirar (aunque estas no tengan color), pues estas aves aunque estén muertas ya han clavado en ti sus ojos y parece que reconocen tus pesares o alegrías, que te petrifican como hace la Gorgona Medusa si no le miras a través del escudo que Atenea da a Perseo para evitar ser petrificado cuando va a degollarla. Vilariño afirma que el objetivo de esta composición es ver a través de los ojos del animal.
 En otra de las salas nos encontramos una serie de fotografías a las cuales Vilariño ha llamado “Cabezas de los sueños” pues se trata de cráneos, o cabezas que nos encontramos en los laboratorios de biología en las cuales a metido culebras, sapos, piedras. Son imágenes algo inquietantes que nos recuerdan que las personas siempre tenemos una idea en la cabeza que nos perturba.
 La pieza que da nombre a la exposición,”Seda de Caballo” es una bola de crines de caballo, las cuales se recortan en las fiestas típicas de Asturias y Galicia, las denominadas bestas. Esta pieza Vilariño ya la utiliza anteriormente en otra de sus exposiciones, pero decide introducirla aquí porque el colchón en el que dormían su mujer y el estaba relleno de esas crines de caballo salvaje, y como hemos dicho anteriormente la exposición esta marcada por el recuerdo a su mujer, y esta es una de las piezas que lo demuestran.


En mi opinión, no es una exposición que deje indiferente a nadie, no busca la belleza, el ser gustada o odiada por el público, es una exposición que sirve para detenerse un momento, abstraerse, reflexionar, y tomar aire fresco para ver la vida un poco mas pausadamente. Como decía Picasso “El arte nos ayuda a profundizar en la naturaleza humana”.

La melancolía del cazador de imágenes.


Crítica sobre la exposición de Manuel Vilariño por Miriam Almohalla.

La exposición nos recibe en Tabacalera con una gran montaña de cúrcuma que dotará al espacio de un olor característico y que además, es una de las primeras obras de vívido color frente a una Tabla Bwa formada por cuadrados (blancos y negros) y calaveras (comunes en la exposición). Volviendo a la cúrcuma (colorante alimenticio y textil) nos remontará  a sus viajes a la India. Volviendo a la Tabla Bwa, forma parte de una instalación en la que se aúna con unos sonidos, trata de cantos de ballena junto con dos recitales en inglés: uno primero de Ezra Pound extraído de la obra “The Cantos” y uno siguiente de “Tierra Valdía” de T.S. Eliot.

En la siguiente sala vemos un políptico que abarca desde 1981 hasta 1989. Conformado por  imágenes de aves en blanco y negro. Estos animales, relacionados con el sueño de volar,  se nos presentan taxidermizados, con la mirada fija en el espectador y sobre un fondo blanco que calma la sensación de inquietud tras los animales muertos. Dos de estas aves, el búho y el águila, nos hacen rememorar la mirada mortal de la Gorgona.  Siguiendo a través de la exposición nos encontramos otro políptico en la misma línea, se trata de “cabeza-sueño” una serie de cráneos y modelos anatómicos humanos relacionados con medios extraídos de la naturaleza. En cuanto a esta obra podemos formular la relación con la mirada final (vacía pues en su mayoría las cuencas no poseen ojos). Pasamos a la siguiente obra, una fotografía velada de un  rinoceronte o “abada” asimilado a un texto del mismo tamaño, concretamente una poesía. Lo siguiente es un bestiario, último políptico monocromo de esta serie, una composición fotográfica de animales (disecados) y herramientas deterioradas. Esto nos lleva a pensar en el humano y el  animal indómito, unidos y reducidos a un simple mundo.

A continuación, y entrando en la zona polícroma nos encontramos con una pieza clave de la exposición “paraíso fragmentado” quince fotografías que constituyen una obra única. Todas siguen el mismo esquema básico, un lecho de especias sobre el que yace un animal decorado con cintas y cuerdas de carácter casi ritual que nos recuerda a la resurrección. Esta obra implica dos fases, la primera del artista como cazador buscando “presas” y la segunda como creador, que dispone los elementos para la foto. Lo siguiente que vemos es una cruz de especias que además de estar obviamente relacionada con la tradición judío-cristiana podemos asemejarla al informalismo de Tápies. Seguimos vagando por la exposición y volvemos a la poesía que esta vez nos recuerda la melancolía de la temprana muerte de su mujer. Esta es una instalación en la que se suceden varios poemas de Vilariño que nos recuerda  la estrecha  relación que tienen para él literatura y fotografía. A continuación nos encontramos frente a la obra que da nombre a la exposición, una escultura exenta de forma esférica compuesta por una estructura que recubierta de pelo de caballo. Esta obra nos acerca al ambiente rural de su vida y a la tradición gallega de la “rapa das bestas”. Pasamos pues a las naturalezas muertas. Bodegones formados por una vela y un segundo objeto de diferentes procedencias. Destaca el elemento de la vela común en todos por su carácter hipnótico sobre nosotros. Se trata, al igual de en ocasiones anteriores fotografía polícroma.

Pasando a la recta final de la encontramos los paisajes. Centradas en el océano, las fotografías, dejan de lado la tierra y omiten directamente la civilización que sabemos se encuentra detrás de la cámara. Las últimas fotografías “montañas negras” nos hacen pararnos a pensar en la dimensión de la sombra que habita en todos. La exposición finaliza con una instalación visual y sonora en la que el artista nos presenta su modo de trabajo, en un fondo natural vemos su mirada recorriendo el bosque en busca de elementos que convertir en imágenes.