Dear Visitor, Not visit.
Yaiza González López.
Ficciones y territorios: Arte para pensar la
nueva razón del mundo.
Museo Nacional de Arte
Reina Sofía.
Exposición del 26 de
octubre de 2016 al 13 de marzo de 2017,Edificio Sabatini, Planta 3.
Comisariada por:
Manuel Borja-Villel, Cristina Cámara, Beatriz Herráez, Lola Hinojosa y Rosario
Peiró.
Manzana caída o caricatura de mono, eso es la contemporaneidad que nos
sacude. Una ficción, una mueca clownesca
que no implica ninguna rayuela o nostalgia infantil; al contrario, un sistema
de neopesadilla espejado, donde la cita dulcificada por Christian Laval y Pierre Dardot "Arte para pensar la nueva
razón del mundo" no es menos que un imperativo, ¡¡¡PIENSA!!! Para ello, es
necesario el uso de las herramientas acumuladas a la manera Zoe-Leonardesca, o
Ibon Aranberiana, donde el conjunto obra(s)- artista(s) soportan la actitud política
del gestus Brechtiano, sobre un escenario o territorio móvil audiovisual. No pudiendo
ser de otra forma, puesto que nuestros ojos televisivos y publicitarios no se
re-adaptarían al pretérito formato de la pintura, ni nuestra face-book podría adoptar el gesto, no
teatral, sino de like, rememorado
instantáneamente en fotografías no analógicas o anti kodak.
El reconocimiento de la ficcionalidad que supone todo acto dramático, en
sí, toda acción, en esta era inmediata, se plantea en la base de este sistema
como un acto de compra-venta, donde productor-producto-comprador, bajo el título
de "The end is near" nos deleitan con sanguíneos y eternos
devoramientos, donde el zombie que
vista de Nike come al pequeño. No obstante, la cabecilla sonora de "The
walking dead" también puede aplicarse a las obreras de la fábrica Brukman,
teniendo como armas patrones, no patronos. La individualización del elemento
igualitario, sistemático; el mono, como revolución de los trabajadores que no
salen por la salida, que no trabajan de una forma, como fijan Ehmann y Farocki, la obsolescencia que viaja hasta la
práctica de los Lumière.
"Resident Evil" también
actúa como el acto performativo de Ines Doujaz donde la extirpación o la
castración resisten a modo de sexo desnudo o piel de serpiente que recubre tan
injuriosamente la divina, no comedia, sino "Confesionario para los curas
de Indios". El cuerpo como espacio incontrolado, teatralizado, per se,
pluralizado, cuya otra(s) protagonista(s) son a través del acto perlocucionario
de Renate Lorenz y Pauline Boudry: "Soy Salome". También desjerarquizado
como el planteado desde el vacío por Jorge Ribalta, mismo vacío interseccionado
en cuerpo y espacio desterritorializado a modo de ruina "Mapa
Teatro", ocupación del material y lo mecánico, proyectado en diversas
pantallas. Nuestra presencia en el espacio de la invisibilidad como el espacio
que nos ocupa, trabajo y casa, también vaciada (vacío como instrumento
delatante del vacío) por Pedro G. Romero, con resonancias a taconeo, marca España,
sonoridad que plantea en primer plano lo deshabitado, continuado en Vallecas
con "Castillos en el aire" de Hans Kaacke, donde la expresión tan
castiza como "que hay ropa tendida" acalla la ocupación del ensanche
y metafóricamente a los referentes culturales que nombran cada una de sus
calles. Mismo acto de amordazar se produce en el caso Raval, donde la
gentrificación (esa casa vacía) abusa no de niños sino del espacio desocupado y
reocupado por los "no lugares". Ese poder zombeizal remitido, se vuelca en los medios y se propaga a través
del nuevo virus, no de Umbrella, sino el miedo de Antoni Muntadas, donde el
toque apocalíptico de esta neopesadilla, vuelto tan ficcional como las escenas
del mismo, no podría tener otra mueca, ya que en nuestro contexto un payaso de
peluca roja y mono a rallas llamado McDonalds es lo que nos hace salivar y
consumir, dos instintos procedentes del iunaturalismo en la especie darwiniana.
Frente al pastiche de sonrisas y
coloridos de bienestar estas resistencias o revisionismos artísticos revelan
(analógica y digitalmente) el miedo como motor de control, y la seguridad como
motor de justificación al primer término, una ecuación resuelta pero perpetuada
al son de Kurt Weill, siguiendo con Brecht, en su "Happy End".
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