domingo, 15 de diciembre de 2013

SE MIRA, Y SI SE PUEDE SE TOCA

Humberto Ribes

Afronto con serias dudas ésta, mi última crítica, por llamarlo de alguna forma, sobre la exposición de José Ramón Amondarain. Temo no ser capaz de sacar algo en claro que merezca la pena leer o al menos que no suponga mi suspenso en esta materia. Tras haber contemplado la exposición, observado, apreciado, examinado, meditado, vuelto a contemplar, reflexionado... no se me ocurren más sinónimos para describir lo mucho que la he considerado antes enfrentarme al papel en blanco. Y es que esta vez no me ha sido nada fácil ponerme frente al folio y comenzar a transcribir las sensaciones que ésta me había transmitido a primera vista. Ha sido una ardua tarea tratar de sacar una conclusión, que medianamente valiese la pena, de esta muestra con los últimos y distintos trabajos de JR Amondarain.

Diré que la sensación general que me queda, después de esta visita a la galería Max Estrella, es la de haberme quedado con las ganas de palpar. De palparlo todo. De conocer la textura, el tacto, la percepción que esas obras lograban transmitirme. Por ejemplo, la serie Colección de conchas. Esas radiantes conchas acompañadas con los nombres de, por lo que he podido investigar y si no me equivoco, artistas contemporáneos coetáneos a JR Amondarain. Quizás artistas que le instigaron a crear, a inventar arte. Llamaron especialmente mi atención algunas de ellas: la que tenía por nombre BLECKNER. Curiosa forma de reflejar a través de la fotografía los engaños que sufre el ojo humano. La primera sensación que obtuve de esta obra fue la de viscosidad. Esa capa cristalina, que formaba parte del caparazón compacto de la concha, daba la impresión de ser algo flácido y viscoso. También me gustaron las conchas que tenían por nombre M.DUMAS y K.GROSSE, unas conchas cuanto menos futuristas, con esos colores un tanto peculiares al resto y formas extravagantes. Por no hablar del simple mejillón de KIEFER que me trajo a la memoria el fuerte olor a marisco pasado, o la más simple de todas, la que tenía por nombre TURNER. Esa consiguió devolverme a mi infancia, a las vacaciones de verano cuando correteaba por la orilla del mar recogiendo todo tipo de crustáceos, cuanto más grandes mejor, que luego exhibía, como si de un tesoro de Indiana Jones se tratase, ante los míos.

Siguiendo con la exposición, la serie Amar gana, no cesó mis ganas por querer manosear todas y casa una de las obras por las que estaba compuesta. Realizada con poliéster jugaba con el relieve llegando a recrear en mi aquellas tardes de lluvia de mi infancia encerrado en casa junto a mi pizarra de letras. Esta pizarra se caracterizaba porque estaba cuadriculada y venía acompañada de un montón de letras y números de colores muy dispares. Las cuadrículas servían para acoplar las letras y los números, y así poder formar palabras, frases incluso algún pequeño texto. No se me escapa el pequeño detalle que JR Amondarain plasma en estas láminas creando nuevas palabras a partir de los nombres de artistas como Andy Warhol del que sacará: “hold any war” algo con lo que también podías jugar con aquella “mágica” pizarra.

Escribo todo esto porque como hace ya unos meses escuché de un artista que vino invitado a clase, Carlos Aires, todos alguna vez hemos sentido la necesidad de palpar, toquetear o manosear las obras de arte que observamos en un museo. Incluso vamos más allá y cuando creemos que no nos ve nadie, nos acercamos disimuladamente y lo hacemos. Pues bien, yo no pude hacerlo. Sentí los ojos del bedel clavados sobre mí y me achanté.

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